lunes, 28 de junio de 2010

La Santificación. (I Parte)


       Por A. A. Hodge (Revisado por B. B. Warfield)

La santificación (del Latín sanctificatio (deriva de santificare, santificar; sanctus, santo; facere, hacer), traducción del Griego agiazein, consagrar, hacer santo, deriv. De àgios, santo) es la obra de la gracia de Dios por la cual aquellos que creen en Cristo son liberados del pecado y fortalecidos, edificados, en santidad. En la teología Protestante se distingue de la justificación y de la regeneración, las cuales yacen ambas en su raíz, y que no es separable, de hecho, de ninguna de las dos; en tanto que el término justificación quede confinado al acto o sentencia judicial por parte de Dios, por el cual el pecador recibe el favor de Dios, en consideración de lo que Cristo ha hecho a su favor, y del que la santificación es la ejecución eficiente; y el término regeneración se limite al acto eficiente inicial por el cual se imparte la nueva vida, de la cual la santificación es el desarrollo progresivo. Tanto la regeneración como la justificación son actos momentáneos, y actos de Dios en los que el pecador permanece pasivo; la santificación, por otro lado, es una obra progresiva de Dios, en la que el pecador coopera.

La naturaleza de la santificación, lo mismo que su método y la relación de los factores divinos y humanos en su prosecución, ha sido concebida de maneras diferentes por los varios tipos de teología.

1. La visión Pelagiana y la Racionalista excluyen totalmente la acción del Espíritu Santo; y hace que la santificación sea nada más que la continua  acción correcta, en los poderes innatos del agente moral libre, por el cual gradualmente conquista las tendencias de maldad y edifica un carácter santo.

2. La visión Medieval y Romana rehúsa hacer una distinción entre justificación y santificación; y hace de ambas, de la justificación y la santificación, el proceso de limpiado del pecado, y la infusión de hábitos de gracia por parte del Espíritu Santo a causa de Cristo por medio del instrumento del bautismo, por el cual se condicionan los cambios subjetivos de la remoción de la culpa y la recepción del favor divino.

Por tanto, se sostiene que es progresivo, y que se fomenta por medio de las buenas obras, las cuales poseen mérito real, y merecen y aseguran el incremento de la gracia lo mismo que por penitencias, oraciones, ayunos, etc., que satisfacen la justicia de Dios y purifican el alma.

Si el creyente muere antes que se complete el proceso de liberación del pecado, lo debe completar en el purgatorio, cuyos dolores son expiatorios y purificadores; y allí puede ser ayudado por las oraciones, las misas y el poder dispensador de la Iglesia en la tierra. (Continuará en la próxima entrega)


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