miércoles, 7 de julio de 2010

La Santificación II



                           Por A. A. Hodge (Revisado por B. B. Warfield)
Pero es posible, incluso antes de la muerte, que un creyente se conforme perfectamente a todas las demandas de la ley de Dios en lo que se ajusta a esta vida; y es incluso posible, a causa del amor, realizar un servicio supererogatorio por obediencia a los consejos de Cristo, que tienen carácter de consejo pero que no son obligatorios hasta que se asumen voluntariamente. Estos son la pobreza voluntaria, el celibato voluntario y la obediencia a las normas monásticas; y ameritan más que la mera salvación de la persona, y contribuyen al tesoro de méritos a disposición de la Iglesia, que es imputable a discreción de aquellos que ostentan la jurisdicción a los creyentes en la tierra o en el purgatorio que aún no han sido plenamente justificados.

3. La visión Mística de la santificación, aunque nunca expresada en algún credo eclesiástico, ha existido como una doctrina y como una tendencia en todas las edades y entre todas las denominaciones Cristianas. El misticismo Cristiano deprecia más o menos la dependencia del alma en la revelación objetiva de la palabra de Dios, y la necesidad de los medios de gracia y el esfuerzo humano, y enfatiza la intuición espiritual, el valor regulativo del sentimiento religioso, la comunión física del alma con la sustancia de Dios, condicionada por la quietud y la pasividad de la mente. Tales enfoques se difundieron grandemente en la Iglesia a través de los escritos del Seudo-Dionisio, que fueron publicados en Griego en el siglo sexto, y traducidos al latín por John Scotus Erigena en el siglo noveno. Estos influyeron en la enseñanza de muchos eminentes eruditos evangélicos, tales como Bernardo de Clairvaux, Hugo y Ricardo de St. Víctor, y por consiguiente Tomás de Kempis. Fueron enseñados con gran influencia entre los primeros Protestantes por Schwenckfeld (1490-1561), Paracelso (1493-1541), Weigel (1533-1588), y Jacobo Bohme (1575-1620); y entre los Católicos Romanos por San Francisco de Sales (1567-1622), Molinos (1640-1697), Madame Guyón (1648-1717), y el Arzobispo Fenelon (1651-1715). Los Cuáqueros originales sostenían enfoques
similares, como se ve en los escritos de George Fox (d. 1691), WilliamPenn (c. 1718), y Robert Barclay (1648-1690). Una concepción mística está presente cada vez que la santificación se concibe, no como la meta del esfuerzo, sino como un don inmediato al alma que espera.

4. La doctrina evangélica de la santificación, común a las Iglesias Luteranas y Reformadas, incluye los siguientes puntos:
(1) El alma, después de la regeneración, continúa dependiendo de las constantes operaciones de gracia del Espíritu Santo, pero es, por medio de la gracia, capaz de cooperar con ellas.
(2) Las operaciones santificadoras del Espíritu son sobrenaturales, y no obstante efectuados en conexión con, y a través de, la instrumentalidad de los medios: siendo los medios de la santificación ya sea internos, tales como la fe y la cooperación de la voluntad regenerada con la gracia, o externos, tales como la palabra de Dios, los sacramentos, la oración, el compañerismo Cristiano y la disciplina providencial de nuestro Padre celestial.
(3)En este proceso el Espíritu completa gradualmente la obra de purificación moral comenzada en la regeneración. La obra tiene dos obras:
(a) la limpieza del alma del pecado y la emancipación de su poder
(b) el desarrollo del principio implantado de vida espiritual y los hábitos infundidos de gracia, hasta que el individuo llegue a la estatura del varón perfecto en Cristo. Su efecto es la transformación, espiritual y moral, del hombre total, el intelecto, los afectos, la voluntad, el alma y el cuerpo. (Continuará…)

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